Fantasmas
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En una etapa complicada de mi niñez, perdía la vida gota a gota de sangre, debido a una enfermedad que la medicina no sabía explicar y para la que me recetaban, dietas, manzanilla y descanso absoluto, en esos momentos me convertí en el centro de atención de la familia y disfrutaba de todos los caprichos y todas las atenciones. Maiña se desesperaba buscando un remedio y yo mientras tanto solo tenía en la mente, que me contase una nueva historia de Rudosinda.

Cóntame outra historia, Maiña.
Remata primeiro o caldo, me dice Maiña.
Puxome moito, comerei un pouco.
Comeo todo que é pouco e a historia é moita.
A lomos de un caballo sobre el puente que traspasa el foso, ante la enorme verja de la entrada del castillo del conde, Rudosinda se siente pequeña, acompañada por dos alguaciles, esperan mientras que la verja sube con estruendo de cadenas, observando las sucias aguas del foso, en las que dicen habitan cocodrilos junto con otros animales de igual fiereza, ella piensa que tal y como le llegan los fétidos olores, quizás sea imposible la vida allí.

La verja ha subido lo suficiente y los guardias les dan acceso al patio, los caballos taconean el empedrado y se dirigen a las caballerizas a la izquierda del patio, a la derecha se encuentra la herrería, el puesto de guardia y un pozo de agua, justo en el centro la torre del homenaje, a la que la llevan los alguaciles, dentro uno se va a avisar al conde de su llegada, mientras que el otro charla amigablemente con los guardias de la puerta y ella mira la inmensa sala de pavimento empedrado y paredes enlucidas en cal blanca y cubiertas de retratos pintados al óleo, seguramente de antepasados del conde. Una escalera con baranda de piedra torneada, rematada con pasamanos de madera asciende hacia la planta alta y una alfombra de rica confección se extiende hacia un entarimado al fondo de la sala, donde dos solitarios sillones presiden la sala.

Rudosinda se siente observada y su mirada se dirige hacia uno de los retratos en el que se ve a un joven Norberto Sanlucar, vestido con ropajes de templario y apoyado en una espada, con la mirada limpia pero firme… en ese momento la voz del conde la interrumpe.

Muchas gracias por venir, dice el conde bajando la escalera.
Es un honor para mí y para mi familia servirle, señor conde, le contesta Rudosinda.
Pero ven sentémonos y dejemos descansar estos viejos huesos, le dice indicándole los sillones del fondo.
Se por mis hombres que tu familia está bien y que ayudáis a vuestros vecinos y eso me complace… Ahora soy yo quien necesita de vuestra ayuda.
Sus deseos son órdenes para mí, señor.
Hace algún tiempo que en el castillo no es posible el descanso nocturno, algo altera la convivencia de mi familia, quiero pedirte que te quedes a dormir con nosotros al lado de mis hijas y que nos ayudes en lo que buenamente puedas.
En ese momento por las escaleras se escuchan las risas de dos niñas que bajan corriendo, la pequeña, parece escapar de la mayor, que parece estar enfadada por alguna cosa, hasta que son requeridas por el conde y se acercan.

Rudosinda, permítame que le presente a mis hijas, la menor Julia, que como siempre habrá alterado la vida de Marta, la mayor, niñas está chica es Rudosinda, de la que ya os he hablado, portaros bien y no me avergoncéis.
Las dos se acercan a Rudosinda e inclinándose le dan dos besos, la mayor morena y de grandes ojos negros y la pequeña totalmente distinta, pelirroja de ojos claros, la primera de aspecto sensato y la pequeña un torbellino, pero las dos con los ojos amoratados y el rostro pálido, consecuencias seguramente de la falta de sueño.

Niñas, hacerle un gran favor a vuestro viejo padre y acompañar a Rudosinda a su dormitorio y dirigiéndose a ella le dice, nos veremos en la cena.
Rudosinda asiente y las dos la sujetan de cada mano y la llevan por las escaleras hasta la primera planta, allí un largo pasillo con las piedras enlucidas en cal y las puertas de madera de los dormitorios, entran en uno de ellos con las paredes forradas en madera, los suelos cubiertos por una rica alfombra y una gran cama de madera torneada con dosel cubierto por blanca mosquitera y un enorme colchón de lana con grandes almohadones y mantas de pura lana, en una esquina un escritorio que es a la vez un lavabo con encimera de mármol, palancana de cerámica y un gran jarrón con agua limpia.

Dejaremos que descanse y la recogeremos para la cena… vamos Julia, dice Marta.
Gracias Chicas… nos vemos para la cena.
Inquieta tras deshacer su equipaje, Rudosinda decide darse un paseo por el castillo, para admirar los lujos a los que no está acostumbrada, haciendo tiempo antes de la hora de cenar y se detiene ante el retrato de Norberto Sanlucar – tengo que averiguar que hace esto aquí – se dice a sí misma, mientras la mirada del cuadro parece haber cambiado y estar como un poco más sucia y la comisura de los labios parecen insinuar una sonrisa.

Al poco nota que una pequeña mano agarra con fuerza la suya y aparece Julia con una sonrisa que le dice.

Mi hermana me controla, pero yo no puedo dejarla sola en una casa que para usted debe ser extraña, tengo el deber de servirle de guía.
Desde luego y yo no esperaba tener tanta suerte y disponer de una guía tan experimentada, y Julia estalló en una risita mientras daba pequeños saltitos.
Julia acompañó a Rudosinda por todas las estancias del castillo, excepto el sótano al que tenía prohibido acercarse, en el puesto de guardia, le presentó a los allí reunidos, que se alegraron mucho de verla y siguieron jugando a las cartas.

Según mi padre, son los guardias más vagos del mundo… pero a mi no me lo parece, tienen que estar siempre alerta, para cuidar de nosotros.
Luego se pasaron por la lavandería, donde varias sirvientas lavaban la ropa sumergiéndola en un canal de agua que discurría por laberintos subterráneos cayendo sobre unas grandes rocas labradas a cincel por los canteros.

Dice mi padre que si no fuese por ellas nos moriríamos de asco… creé usted que exagera Rudosinda.
No desde luego que no.
Huy que olorcillo, vamos a las cocinas.
Dentro en las cocinas era el momento de mayor trabajo, preparando la cena estaban varios sirvientes, ante enormes cazuelas de cobre que colgaban de cadenas bajo las chimeneas, sobre fuegos de leña seca.

Dice mi padre que debemos dar gracias por la bazofia que nos dan estos desgraciados, sacados del culo del mundo, dice Julia tapándose la boca por mal hablada.
Perdón señorita Rudosinda, a veces me sale el demonio que llevo dentro, o eso dice mi padre.
No te preocupes, te guardaré el secreto… a mí también me sale a veces, le dice Rudosinda a la oreja hablándole bajito.
Luego de un breve paseo se dirigen a los dormitorios, donde Marta les esperaba preocupada.

Espero que Julia no la haya molestado señorita, le dice a Rudosinda, mirando a Julia como reprimenda.
Nada de eso, tengo que agradecer su compañía y el que me haya hecho pasar tan buen rato, le dice Rudosinda.
Tras un pequeño aseo, las tres bajan al comedor, donde ya se encontraba el conde con la condesa y una docena de familiares, Rudosinda es presentada a la familia y se disponen a degustar una gran cena compuesta de diversos platos, la mayoría desconocidos para Rudosinda y de los que apenas prueba un par de bocados, sabe que se avecina una noche complicada y quiere estar lo más despierta posible.

A solas en su dormitorio, se entretiene leyendo uno de los libros que tenía en la mesita de noche y no tardó mucho en sentir como un sonido lejano de cadenas arrastradas. Decide salir al pasillo y no ve a nadie, entonces escucha que se abre una puerta y aparece en el pasillo, la pequeña Julia con un trozo de queso y de pan en la mano, vestida únicamente con un largo camisón y con su pequeña melena recogida con un pañuelo, parece dormida y tiene la mirada perdida, pero camina lenta y decididamente, por lo que Rudosinda decide seguirla.

Julia baja las escaleras y sale de la torre, desciende por las escaleras de los calabozos y se detiene ante una de las puertas, se agacha ante ella y comienza a introducir por la ranura trocitos de queso y pan, en cuanto acaba se da la vuelta y regresa al dormitorio, mientras que Rudosinda espera un poco y escucha como al otro lado de la puerta, alguien recoge el queso y el pan emitiendo una mínima risita de satisfacción.

Rudosinda se acerca al puesto de guardia, dónde una docena de soldados juega a las cartas y al verla llegar, la mayoría sale a tropezones a ocupar su puesto, mientras que los demás se levantan en señal de respeto, parece que el conde sabe lo que tiene en su guardia.

¿Quién es el preso del calabozo?, los guardias se miran sorprendidos y uno de ellos le dice.
No hay ningún preso señorita, dicho esto se da la vuelta y sigue jugando.
Decide retirarse y a la mañana siguiente consultarlo con el conde, mientras en el interior del calabozo.

Te dije que vendría… que otra cosa podría hacer.
Si señor… lo hemos hecho bien…muy bien.
La noche apenas se vio interrumpida en un par de ocasiones más por el sonido de cadenas y a la mañana siguiente, en la mesa durante el desayuno, Rudosinda le comenta al conde.

Señor conde, ¿tiene usted en una celda a Norberto Sanlucar?… un preso fugado.
Sí, me he visto forzado por los deseos de mi abuelo paterno… una deuda de honor, pero está incomunicado y a nadie puede hacer daño.
Me temo que no es consciente de hasta dónde puede llegar la maldad de ese ser, de momento está utilizando a su hija pequeña y seguramente es el responsable de todos los males que les acechan.
Todos se quedan preocupados por las revelaciones de Rudosinda, la mayoría ni siquiera sabían que hubiese ningún preso en los calabozos.

Durante el día Julia estuvo en todo momento haciendo compañía a Rudosinda y juntas ampliaron su recorrido por el castillo, presentándole a cuantos allí moraban, incluyendo animales, merendaron con Marta y la condesa y cenaron con toda la familia, solo a la hora de dormir se separaron y Rudosinda comenzó su lectura a la espera de acontecimientos.

Mientras leía noto una extraña presencia muy cerca, muy cerca suya, entonces acarició levemente la pluma nacarada que llevaba en un bolsillo y le vio, como entre brumas la cara deformada y con jirones de piel quemada de Severino Pupim, a escasos centímetros de la suya, éste sorprendido salió corriendo renqueando de una pierna y con la cabeza medio colgando del cuello, esfumándose entre los muros del castillo.

Rudosinda salió corriendo al pasillo, pero ya no pudo ver a Severino. Se retiraba al dormitorio cuando escuchó de nuevo aquel sonido de cadenas, que aparentaba salir de los mismísimos muros del castillo, acaricio la pluma y al poco de una de las paredes aparece un ser voluminoso, vestido con deshilachados faldones templarios con la cabeza cubierta por una capucha de lana y cargando unas gruesas y oxidadas cadenas, su entorno parecía converger en él, de tal manera que el enlucido de las paredes se despegaba de ellas uniéndose en un laberinto de brumas tempestuosas.

Rudosinda le ve pasar siendo empujada por el torbellino que le envuelve, se coloca a su lado y le dice.

Te veo.
Él con un leve movimiento de brazos alcanza con fuerza con las cadenas a Rudosinda, que como si de una onda explosiva se tratase, fue lanzada contra los muros de pasillo, quedando conmocionada, luego se gira hacia ella y de su cadavérico rostro sale un sonido cargado de eco.

Yo también te veo.
Rudosinda se recupera y le sigue por el pasillo, necesita su ayuda, puede que sea el único que puede ayudarla, él atraviesa el muro del dormitorio de Julia y Rudosinda apretando la pluma le sigue, notando la fricción con la piedra y apareciendo al otro lado sorprendida y conmocionada, dentro el ser estaba arrodillado ante la cama de Julia y le acariciaba los dorados cabellos con sincera devoción.

Señor conde, ¿va a permitir usted… que le hagan daño a su bisnieta?
Solo un leve gruñido recibió por respuesta y el viejo conde se levantó y desapareció entre los muros del castillo, Rudosinda pensó en seguirlo, pero atravesar los muros no la convencía, por lo que desecho seguirle, se inclinó ante Julia y le dio un beso en la frente, luego abrió la puerta y salió.

En la celda, decorada con todo lujo de detalles, Norberto Sanlucar discutía con Severino Pupim.

Inútil… huyes de una chiquilla, con el rabo entre las piernas… cobarde.
Me sorprendió señor… no esperaba que pudiese verme.
Debiera haber dejado que te comieran los gusanos en aquella tumba inmunda.
No solo es la chiquilla señor… hay alguien más en el castillo… me atemoriza.
Si lo he notado, el viejo conde ha regresado a su hogar…pero no te despistes, pronto saldremos de aquí.
Norberto sentado sobre un lujoso sillón, recuerda el porqué de su estancia en el castillo. Durante las cruzadas en Jerusalén acompañando a su tío el conde, un hombre salvaje, capaz de las mayores maldades, al que vio con sus propios ojos arrancar la carne de sus contrincantes a mordiscos y mutilar sin inmutarse a mujeres y niños, tuvo la oportunidad de salvarle la vida y éste se comprometió en una deuda de honor con él, deuda que pagaría él o sus descendientes, al ser capturado le entregó una carta para que sus descendientes hicieran honor de esa deuda, sin saber que había sido Norberto el que le delatase. Luego, preso en los calabozos territoriales, solo tuvo que enviarle la carta al conde, para que éste hiciese honor a su antepasado.

Luego al verse preso por el conde aunque en mejores condiciones, reclamó el alma de Severino Pupim, el único que le seguiría donde fuese y juntos atormentaron a los inquilinos del castillo, para que el conde acabase pidiendo la ayuda de Rudosinda y así teniéndola cerca, poder alimentarse de ella y regresar a ocupar su lugar entre los vivos.

Julia se levanta de su cama en trance y recorre el camino conocido hacia la celda de Norberto, pero esta vez no lleva nada en sus manos, al llegar frente a la puerta retira los pasadores que impiden su apertura y empuja la pesada puerta hasta que cede, dentro Norberto y Severino la esperan con una sonrisa de satisfacción en los labios.

Norberto abre sus manos para recibirla en un abrazo y ella se acurruca en su pecho dejando su dorada melena a un lado y mostrando el pálido cuello, donde una vena palpita al ritmo de su corazón, Norberto se inclina salivando entre sus largos colmillos y la muerde dulcemente extrayendo su cálida sangre, saboreándola y nutriéndose de ella, pero solo lo necesario para lo que seguirá, el plato fuerte, la solución a todos sus problemas, Rudosinda.

En ese instante un grito de ultratumba sale del interior de los muros del castillo y un sonido de cadenas invade el ambiente. Los habitantes del castillo se despiertan aterrorizados y Rudosinda siente en sus carnes el mordisco a Julia.

En un tortuoso camino, un carro ligero tirado por dos caballos se dirige al castillo, que ya tiene a la vista en la lontananza, al carro le siguen dos lobos y en el carro los abuelos de Rudosinda, Runda y Caesar, que salieron bien entrada la noche para recoger a Rudosinda y porque Runda estaba muy inquieta temiendo que su nieta tuviese problemas. Runda también sintió en sus carnes el mordisco y pidió a su marido que apurase a los caballos.

Ya van muy de prisa, ¿No querrás que los mate?, le contesta Caesar.
Algo grave pasa cariño.
ARRE…ARRE… Caesar espolea a los caballos, que sacan sus últimas fuerzas, levantando las piedras del camino.
En la celda Norberto lleva el cuerpo de la niña a la cama y lo coloca con cuidado sobre las mantas, arreglando su camisón y colocándole bien sus dorados cabellos, luego se queda observándola y en ese momento una furia encadenada atraviesa las gruesas paredes de piedra, siendo entorpecido por un Severino Pupim, tremendamente ágil que aunque derribado, consigue agarrar las cadenas y retener al viejo conde.

Rudosinda entra corriendo en la celda y lo primero que ve es el pequeño cuerpo de la niña sobre la cama, que la distrae, eso permite que Norberto se lance sobre ella con rapidez endiablada, en dirección a su cuello con una gran sonrisa que deja ver sus colmillos, todavía manchados de sangre, la agarra con sus largos y huesudos dedos y ella viéndose atrapada aprieta con fuerzas la pluma que llevaba en sus manos, siendo invadida por la luz protectora.

Norberto la muerde con satisfacción hasta que un inmenso dolor hace que sus dientes se partan como el cristal y su boca se encharque en su propia sangre, en ese momento las cadenas del viejo conde lo rodean cual sibilina serpiente, apretando todo su cuerpo, al mismo tiempo que el de Severino y arrastrándolos hacia los muros con las caras desencajadas, no sin antes mirar a Rudosinda para decirle – Ahora son míos – y luego de una cariñosa mirada a su bisnieta, los tres desaparecieron tras los muros del viejo castillo.

Al poco apareció el conde con varios guardias seguidos de familiares, la condesa y Marta, que se abrazaron a Julia llorando, la niña estaba en un camino sin retorno debido a la extrema debilidad y Rudosinda lo sabía, si con urgencia no recibía ayuda la perderían para siempre.

Necesito la sangre de un conejo, un poco de aguardiente y agua hirviendo, pidió Rudosinda.
La señora condesa y Marta se quedan… ayúdenme a desvestirla… los demás todos fuera… FUERA… señor conde haga lo que pido, la voz autoritaria de Rudosinda hace que los allí presentes miren al conde y éste les dice.
Todos fuera… Julia está en buenas manos, ordena el conde.
Todos se retiran preocupados haciéndole caso al conde y esperan acontecimientos en el patio de armas, en el momento que llegan al castillo los abuelos de Rudosinda en un carruaje tirado por dos caballos y seguidos por los dos lobos que sin dudarlo bajan corriendo hacia el sótano, mientras que Caesar y Runda le preguntan al conde.

Señor conde ¿Qué ha pasado?
Su hija… es un ángel… se lo debemos todo y ahora está intentando salvar la vida a mi pequeña, dice el conde con lágrimas en los ojos.
Runda sin detenerse sigue a los lobos por las escaleras de bajada al sótano y se adentra en la celda donde Rudosinda está aplicando a la niña un emplaste en la herida, mientras que Marta masajea su pequeño cuerpo con aguardiente y la condesa, prepara una infusión con el agua caliente y un pellizco de los polvos que le dio Rudosinda en un saquito. Runda se quedó un momento mirando a su nieta con orgullo de abuela antes de intervenir, mientras los lobos sin molestar hacen guardia ante la puerta, pareciendo escuchar algo entre los gruesos muros de piedra del viejo castillo.

Parece que no necesitáis ayuda, dice Runda.
Abuela que bien que hallas venido, ven… claro que necesitamos tu ayuda… siempre la necesitaremos.
Zalamera, si lo estáis haciendo muy bien… os ayudare a incorporarla para que beba la infusión.
La incorporaron y forzaron a tragar la infusión que preparó la condesa y luego decidieron que dada la comodidad que tenía la celda era mejor no moverla del lugar y la acostaron bajo las mantas para que los sudores del cuerpo expulsasen lo maligno de dentro y la espesa infusión alimentase su cuerpo. No tardó en despertar cansada y aturdida, sin recordar nada y preocupada por la intensidad de las atenciones de su hermana Marta, que la miraba con devoción.

Rudosinda y sus abuelos decidieron regresar a casa aquél mismo día después de un opíparo desayuno. Le dejaron a la condesa un saquito del polvo para la infusión y un emplaste para curar la herida, además de las instrucciones de cómo y cuándo usar cada cosa y se despidieron de las niñas que cariñosamente les pidieron que las visitasen pronto, mientras que el conde emocionado apenas pudo decir un entrecortado gracias.

Cada día me encontraba con menos fuerzas, me mareaba si me levantaba de la cama. Yo preguntaba por Maiña que hacia un par de días que no la veía, me decían que estaba de viaje y que llegaría pronto, tenía miedo, ella era la única que calmaba mis miedos, sin ella sentía que me moría. Los recuerdos de aquellos días están más difuminados de lo normal, seguramente porque perdía la consciencia a menudo, pero recuerdo la alegría de ver a Maiña entre brumas, como en sueños y de como ella, muy contenta me mostraba un ramillete de flores rojas, tan delicadas que sobre mí cayeron algunos pétalos, también vi unas setas gordas, rojas, muy pálidas, creo recordar, y sobre todo el olor a menta que lo envolvía todo. La abuela se pasó horas preparando esa mezcla especial que debía curarme y cuando la tenía se acercó a mi lecho y pidió que me incorporaran.

– Agora vas ser moy valente Manolo, tes que respirar forte por a nariz.

Dicen que dormí plácidamente durante dos días, lo que yo recuerdo es que me desperté abrazado por Pepe y por Marité y con un hambre de lobo. Maiña al lado de la cama se incorporó y dándome un besito en la frente me dijo.

– Demoslle gracias a aboa Rudosinda.

Luego se fue toda contenta y continuó con sus labores como si nada hubiese pasado.

FIN

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