Maiña
Maiña

Maiña

Otzi notaba el sonido de sus pisadas sobre el hielo entremezclándose con el sonoro palpitar del corazón, estaba en apuros, se había topado con un lobo solitario, desesperado, y hambriento y debió enfrentarse a él. Apenas a unos cientos de metros le esperaba su pareja, Llara con su hijo Caesar en la cueva en que se refugiaban, junto a las grandes cumbres blancas, después de tener que haber huido de la aldea de Velturno, donde había pasado toda su vida. Tenía que tener mas cuidado, había salido a cazar un ciervo para alimentar a su familia y estando abstraído, el lobo le considero una pieza fácil y se abalanzó sobre él, justo cuando estaba tensando la flecha en su arco, para abatir a un excelente ciervo.

Recibió una dentellada en el hombro que lo sorprendió, actuando instintivamente, golpeo al lobo con un certero hachazo en la cabeza, acabando con su vida. Perdía mucha sangre y debía llegar junto a Llara para que curase su herida, estando ya cerca hizo sonar su cuerno de caza y perdiendo fuerzas, cayó sobre la nieve mientras ésta se oscurecía.

Caesar encontró a su padre hundido en la nieve, inconsciente y perdiendo mucha sangre. Lo levantó sobre sus hombros y lo llevó rápidamente a la cueva, dónde su madre les esperaba.

– Sobre el camastro Caesar…. rapido, pon a cocer el “hongo de abedul“.

Mientras tanto desnudaba a su pareja, retirándole las raquetas que ella misma le había confeccionado con la piel de un oso que él había cazado y un chaleco de piel de cabra, dejando su torso marcado por infinidad de heridas al descubierto, con la ayuda de Caesar le giró y observó la gran herida de su espalda.

– Ten madre el polvo de “cuesco de lobo“.

Llara cogió un puñado del polvo que le daba su hijo y lo introdujo en la herida de Otzi, luego aplicó sobre ella un musgo de la zona y le aseó con agua tibia. Le arropó con pieles de diversos animales y esperó pacientemente a que Otzi despertase o se fuese, para siempre.

Esa era la vida a la que estaba acostumbrada, sobre todo desde que habían tenido que huir de Velturno a consecuencia de la obsesión que el cacique al mando sufría por ella.

– Llara… Llara, medio en sueños murmuraba Otzi.

– Estoy contigo Otzi….bebe un poco, dijo colocándole la infusión que había hecho su hijo.

– Caesar…vigila…vigila, valvuceo Otzi.

– Tranquilo tu hijo está atento.

Y se dispuso a preparar un atillo con lo más necesario, por si debían irse, colocó en él unos saquillos de legumbres, uno de boletus secos, un trozo de carne de ciervo seca, un pedazo de tocino de javalí, un puñado de ciruelas secas y un saco de salvado de escaña. Con eso podrían afrontar una larga travesía.

Se acercó al lecho, donde Otzi reposaba, con un paño húmedo limpió su sudor al tiempo que los ojos se le empañaban y se dispuso a esperar, era todo lo que podía hacer.

Caesar ya estaba en su puesto de observación, sabía que la vida de toda su familia dependía de que él controlase la llegada de cualquier intruso. Solo tenía dieciséis años, pero la vida que llevaba le había hecho fuerte y astuto. Se abrigo con su capa de piel de oso, apartó unas ramas que le impedían la visión y se dispuso a esperar.

Hace unos meses se escuchaba hablar por primera vez de un virus llamado “corona virus”, hoy catorce de Marzo del año 2.020, horas antes del consejo de ministros, donde parece que se va a declarar el estado de emergencia, acabo de regresar del supermercado.

La gente tiene miedo y pierde la compostura, como locos asaltando las estanterías, arrasando con todo lo que ven, como si fueran las últimas existencias, apelotonándose unos con otros, traspasando cualquier posible virus que pudiesen tener, una pena.

Lamentablemente el gobierno de Pedro Sanchez ha esperado demasiado tiempo para tomar medidas y eso que ya tenía la experiencia de China y de Italia, pero que vamos a esperar de unos políticos mediocres, que solo se preocupan de las encuestas, y que apenas seis días atrás nos animaban a acudir a la manifestación del día internacional de la mujer.

Debemos prepararnos para los grandes cambios que se aproximan, ya se vislumbra un cambio de amistades. Desde el “Brexit” Estados unidos se posiciona con Reino Unido y el resto de Europa comienza a recibir ayuda de China. Además el panorama interior está bastante revuelto, esperemos que las comunidades más díscolas, no aprovechen éste momento de debilidad.

En mi caso, han suspendido las clases y ésto me da pie para comenzar la segunda parte de “El cazador de setas”.

Diez años atrás Mari y yo montábamos una tienda de campaña dentro de la caja de un camión, para pasar una noche fría de invierno en la finca. Habíamos hecho un fuego de leña, protegido por unas grandes piedras y sobre un trípode de hierro, preparamos un caldo calentito, que tomamos acompañado de vino tinto de la zona. Las estrellas nunca fueron tan brillantes y el calor del fuego nos amparaba de la brisa helada, todo muy romántico, como una segunda luna de miel.

Nos metimos bajo toneladas de mantas y no pasamos nada de frío. Hasta las tres de la madrugada, que nos despertó el sonido estridente de la persiana de la caja del camión, y una potente y cegadora linterna, al mismo tiempo que la voz de dos Mossos de escuadra, pidiéndonos la documentación. De película, increíble pero cierto, tuvimos que enseñarles hasta la escritura de la finca.

Cuando se convencieron de que todo estaba bien, se despidieron muy amablemente disculpándose y a nosotros todavía nos dio tiempo a dormir un par de horitas, antes de que un millón de pajaritos decidiera despertarnos.

Los días siguientes los ocupamos en organizarnos y comenzar a construir un pequeño refugio con las piedras que arrancábamos del terreno y el barro de tierra y agua, a modo de argamasa. Al mismo tiempo limpiábamos el terreno, para hacer un pequeño huerto. En esto hubiesen podido ayudarme mis padres, ya que toda la vida trabajaron la tierra, pero a falta de esa ayuda, intentaba fijarme en los huertos de los vecinos y seguir sus indicaciones.

Las primeras cosechas fueron muy limitadas, parece que la falta de abono y lo poco trabajada que estaba la tierra fuese la causa, porque a partir de disponer de abono de las gallinas, la cosa mejoró y cuando pasamos a tener ovejas, mucho mejor. Lo de las ovejas es otra historia, porque compramos una oveja preñada, con la intención de tener carne de cordero y cuando nació la ovejita le pusimos de nombre blanquita, jugamos con ella, y paso de ser carne de cordero, a parte de la familia, al igual que los pollos y los conejos. Yo mientras tanto trabajando para todos, a cambio de caca.

La que estaba en su salsa era Michu michu, el campo estaba infestado de topillos y ratones y ella resulto ser una gran cazadora, cazaba para ella y cazaba para nosotros, de vez en cuando aparecía con un topillo, nos llamaba y lo dejaba para que lo comiésemos.

En cuanto a las setas, el primer año nos olvidamos de ellas y en la primavera del segundo, tuvimos suerte y tras unas fuertes lluvias, aparecieron infinidad de “murgulas”, tan solo cruzando el río… eso ya no sucedió más. Nos hemos tenido que contentar con “robellones”y “llanegas” y tan solo entre mediados de noviembre y finales de Diciembre. Aparte de algunas escapadas que hice y que ya comentare a más de trescientos kilómetros.

Acuciado por la necesidad, acepte un trabajo en una fabrica, que más parecía un matadero y a consecuencia de ello arrastro tremendos dolores de espalda, pero me permitió salir provisionalmente de mi retiro en el campo y conseguir algo de dinero para comprar los mínimos materiales necesarios, para ampliar la pequeña casita que habíamos construido Mari y yo con piedras y barro.

Mientras tanto Michu michu en el campo, se puso bonita y le salieron cientos de novios, al parecer alguno se propaso y al poco nos dio la sorpresa con una camada de lindos gatitos. Entre todos ellos un macho casi gemelo de ella. Lo que me animó a hacer un largo viaje.

Eran las dos de la madrugada cuando inicié el viaje al norte, quería llegar con tiempo de buscar setas y regresar. Hacía ya tres años que hiciera el recorrido a la inversa, en aquella ocasión con Michu michu a mi lado, ahora me acompañaba su hijo, dormitando en la cesta al lado de una botella de aguardiente.

Llegue a la zona cuando comenzaba a clarear el día he inicié el recorrido a pie hasta la casa de Federico, esperaba encontrarlo bien, porque hacía tiempo que no sabía nada de él. Todavía no se veía la casa cuando los aullidos de Perro el lobo de Federico anunciaban mi llegada y cuando comencé a bajar la ladera vi salir a Federico de la casa y a Michu michu salir corriendo a mi encuentro y muy contenta rodearme queriendo subirse encima, seguramente oliendo lo que llevaba en la cesta.

Federico salió a recibirme al portillo del cerramiento de la finca y nos dimos un emocionado abrazo.

– Cuanto tiempo Cesar.

– Demasiado Federico.

– Entra, que nos tomaremos un cafe.

– Vengo preparado, dije pasandole la botella de aguardiente.

Michu michu no paraba de maullar y Federico la mandó callar.

– Dejala Federico lo que ella quiere es lo que tengo en la cesta y destape la cesta retirando la toalla que protegía al gatito.

Deje el gatito en el suelo y se puso a inspeccionar la zona, seguido de Michu michu, mientras Federico y yo nos poníamos al día con un excelente cafe cargadito de aguardiente.

Las historias se solaparon y con ellas los cafés, olvidándonos los dos de las setas.

– Federico, que yo había venido a buscar setas.

– Por eso no te preocupes, yo tengo mi propio huerto.

Salimos de la casita, acompañados de Michu michu, a la que seguía con complicaciones por lo alto de la hierba, su nieto.

Recorrimos apenas doscientos metros hacia una fondalada del terreno, donde se observaban media docena de chopos, alguno semiderribado y al acercarnos más, pude observar varios tocones en descomposición y al pie de ellos, un ramillete de Pleurotus ostreatus, que presentaban un sombrero de 5 a 20 cm de diámetro, con el pie desplazado hacia un lado y creciendo junto a otros ejemplares superpuestos. Con la superficie lisa y brillante, de color gris o gris oscuro, y algunos gris pardo o azulado. Con las láminas apretadas, delgadas, decurrentes y de color blanquecino. La carne firme, y desprende un olor agradable.

– Me gusta tu huerto Federico.

– Espera que no has visto nada.

Y tenía razón al poco me mostró una zona dónde la “Seta de chopo” (Agrocybe aegerita)florecía alegremente formando también ramilletes con las cabezas carnosas, de un color pardo a miel amarillento, de láminas estrechas, carnosas y blanquecinas. Con el pie largo, estrecho, fibroso y amarillento. De carne compacta con olor a harina.

Nos retiramos con la cesta bien llenita, no sin antes observar que justo al lado dentro de un vallado de madera estaba el verdadero huerto, dónde puede ver varias cabezas de “repollo” y algunas “cebollas” que obviamente, estando a principios de primavera, eran del año anterior. Desde luego Federico, estaba muy bien abastecido.

Mientras tanto Michu michu, mantenía una discusión con su nieto, que nos seguía hacia la casa, sin hacer caso a su abuela.

Mientras picabamos un poco de embutido acompañado de un excelente vino, mirando como jugaban los gatos, le dije a Federico.

– Tendrás que ponerle un nombre al gato, porque lo traje para ti.

– Tú lo has dicho, se llamará “gato” y a cambio, tengo algo para ti.

Y levantándose se acercó a la estantería donde tenía sus libros y retiró uno ofreciendomelo, se trataba de “La vida en el campo y el horticultor autosuficiente” de John Seymour. Un libro que todavía tengo y con el que mi huerto ha mejorado sustancialmente.

Nos despedimos con un abrazo, emocionados y deseando volver pronto a vernos. A mi me quedaba un largo viaje al sur y Federico quedaba poniendo calma entre Gato y Michu michu, mientras Perro aullaba en señal de despedida.

A cincuenta kilometros de Velturno, en el norte de lo que hoy se conoce como Italia, Otzi se debatía entre sudores y pesadillas, mientras Llara salía en la búsqueda de una setas especialisimas y totalmente esenciales en el caso de una previsible larga travesía por los hielos.

La “Cachota” como la llamaba su abuela es una especie de hongo parásito de plantas que se encuentra en Europa, Asia, África y América del Norte. La especie produce cuerpos fructíferos poliporos de grandes dimensiones que poseen la forma de un casco de caballo y cuya coloración varía del gris claro al casi negro, aunque por lo general son marrones. Crece sobre diversas especies de árboles, a los cuales infecta a través de lastimaduras de la corteza, causando decaimiento de la madera y podredumbre. La especie por lo general continúa viviendo sobre los árboles mucho tiempo después que los mismos han muerto, cambiando de ser un parásito a ser un descomponedor. Se trata de lo que nosotros conocemos como Fomes fometarius.

Llara necesitaba esa seta para preparar yesca, imprescindible para encender fuego en condiciones límites, además la utilizaba a falta de “Cuesco de lobo”, para cauterizar heridas.

Otra seta que necesitaba era la “Chata”, lo que nosotros conocemos como Ganoderma applanatum, ésta seta la hervía durante horas y el amarga agua resultante la usaba como purgativo de parásitos intestinales, muy necesaria para las condiciones en que vivía su familia.

Las dos especies le resultaron fáciles de conseguir y regreso rápidamente a la cueva para seguir con los cuidados de su marido. Cuando llegó, Otzi se encontraba sentado en un lateral del camastro, aparentemente recuperado.

Se abrazó a su marido y se quedó un rato llorando en sus brazos, mientras él acariciaba su cabello.

Fuera se hacía la noche y los aullidos de los lobos invadían las laderas heladas, mientras bajo su piel de oso, Caesar vigilaba.

Tras una semana de reposo Otzi se encontraba con fuerzas y decidieron no aplazar más la salida, la primavera estaba muy avanzada y era el momento ideal, para afrontar el largo camino al desconocido norte. Les esperaban las heladas montañas y peligros hasta ahora no vividos, pero también la ilusión de una vida mejor libre de miedos y miserias.

Llara había estado preparando todo lo necesario para una larga travesía y ahora cargados los tres con sus pertenencias, abrigados con sus mejores pieles y con raquetas impermeables para caminar a través de la nieve, hechas por Llara usando piel de oso para las plantas del pie, piel de ciervo oculta en los paneles superiores y una red interior hecha de corteza de árbol, rellena con hierba seca que rodeaba el pie dentro del zapato, funcionando como un calcetín.

Iniciaron el trayecto con Otzi dirigiendo al frente y Caesar guardando las espaldas, siguiendo primero los laterales de un regato en dirección contraria al agua, ascendiendo poco a poco, aprovechándose además de los caminos que dejaban los animales en sus incursiones diarias.

Caesar siempre vigilante se quedaba a veces retrasado, para que sus padres adelantaran camino con seguridad, luego a grandes zancadas los alcanzaba, deteniéndose a veces en pequeños refugios que encontraban.

Llevaban dos días de camino cuando Caesar llegó anunciando el peligro que se acercaba.

– Nos siguen a dos horas de camino, al menos seis hombres ligeros de equipaje y bien armados.

– Nos alcanzarán, dijo Llara aterrada.

– Busquemos un refugio donde podamos defendernos, dijo Otzi.

Subieron una pequeña ladera y al refugio de unas grandes rocas, sacaron sus armas para defenderse. Dos hachas de cobre con el mango de tejo, tres cuchillos de pedernal con mango de fresno, dos carcaj llenos de flechas con vástagos de viburno y puntas de pedernal y dos arcos más altos que ellos.

Su posición, en alto y a resguardo de grandes rocas y el efecto sorpresa, les daban ventaja, pero el cacique llevaba con él a hombres experimentados en la lucha y Otzi, herido, contaba con su mujer y un jovencito Caesar, muy animoso, gran cazador, pero nada experto en la lucha con otros humanos.

No tardaron en verlos llegar a lo lejos, en fila india siguiendo el camino marcado por ellos en la nieve. Tensaron sus arcos y esperaron en silencio, en tensión, sin miedo a lo inevitable.

Caesar y Otzi soltaron la tensión de sus arcos y dos flechas de viburno salieron directas al corazón de dos de los hombres del cacique, que cayeron inmediatamente sobre la nieve, quedándose inmóviles.

Los hombres del cacique gritaron sorprendidos, tensaron sus arcos y dispararon hacia la familia, alcanzando a Otzi en el pecho con una de sus flechas.

Mientras tanto Caesar había alcanzado a otro en una pierna, pero eso no les paraba y seguían subiendo intentando llegar a su zona protegida. Llara a su vez, lanzaba grandes piedras para dificultarles la llegada y observaba a Otzi, intentando arrancarse del cuerpo la flecha, con síntomas de desfallecimiento.

Finalmente el cacique y dos de sus hombres alcanzaron el alto y mientras el cacique se lanzaba tras Llara, sus dos hombres derribaron a Caesar y forcejearon con él, intentando golpearle con las hachas.

Los gritos de Llara atrapada por el libidinoso cacique, dieron fuerzas extra a Caesar, que con su fortaleza física se desprendió de los secuaces y de un certero hachazo acabó con la vida de uno y lanzándose al cuello del otro le presionó hasta que escucho el crujir de su rotura, desmadejándose a sus pies.

Mientras que su madre clavaba las uñas en el rostro del cacique intentando evitar que éste la desnudase, Caesar se abalanzó sobre él por detrás y retirándolo de encima de su madre, alcanzó una de las muchas piedras que su madre había preparado para la pelea y golpeó repetidamente al cacique en la cabeza, hasta que su cráneo se quebró, sin apenas notar que el secuaz que faltaba, le había clavado el cuchillo de pedernal que llevaba, en la espalda.

Llara, medio desnuda y ensangrentada se lanzó sobre el secuaz con el hacha en alto y dejándola caer con todas sus fuerzas, se la clavó en la cabeza, cayendo éste inmediatamente al suelo.

Agotados y ensangrentados, se tocaron el uno al otro, buscándose heridas, Llara pudo ver la profunda herida de la espalda de Caesar, mirándose recordaron a Otzi y subieron angustiados donde él.

Otzi no daba señales de vida y Llara se derrumbó encima de su marido con un grito gutural, que rebotó en las cumbres heladas y les devolvió el eco amplificado de su lamento.

El año 2.020 que se inició con las nieves de la tormenta Gloria…. “año de nieves, año de bienes”, nos mantiene en cuarentena por el “Coronavirus“, miles de muertos, pueblos confinados, escasez de medios de protección individual y de respiradores, lo que obliga a los médicos a cribar entre pacientes.

Quiero pensar que al final del túnel, nos espera una sociedad más solidaria y prevenida con la aparición de nuevos héroes para la historia…. y tal vez nuevos villanos.

Yo la llamaba “Maiña” como diminutivo de mamaiña o sea mama, ya que al nacer mi hermano, debido a la precariedad de vida de mis padres, me enviaron a vivir a la casa de la abuela y pase mis primeros años corriendo detrás de ella con una cestita, dónde depositaba todo tipo de hierbas que buscaba, a veces embarrándose hasta las rodillas, otras congelándonos de frío y a veces a plena canícula.

Estar al lado de “Maiña” me daba una paz difícil de explicar, es como si su áurea me envolviese. Con solo pronunciar mi nombre “Manolo”, pues así me llamaban en casa de pequeño, conseguía penetrar en mi mente, llenándome de una calma serena.

Eso también le pasaba con otras personas, yo mismo me daba cuenta de la devoción con que era tratada, por las vecinas que acudían a diario a recoger sus preparados vegetales, tanto líquidos como secos. Preparados que ella me dijo aprendiera de su bisabuela Rudosinda.

– Non te quedes atrás Manolo.

– Vou Maiña.

– Trae a cesta, veña.

Le acerqué la cesta mientras ella de rodillas recogía lo que pensé que fuesen hierbas rosas, por estar dotadas de un bello traje rosa, con un tronco corto y blanquecino, del que salen ramas paralelas con los ápices bifurcados de color amarillento.

Yo antes no sabía para que las quería, si total para comer no servían….ahora me lo puedo imaginar.

– Manolo, que non che caiga a cesta…corre veña.

– Pesa moito Maiña.

Y ella se reía…… con esa risa cantarina, que hacía que los pájaros la corearan.

Estar al lado de Maiña fuese para lo que fuese, hasta para ir a misa, era para mi esencial y por ello siempre estaba atento a lo que ella fuese a hacer, a veces intentaban despistarme, sobre todo si no me encontraba bien de salud. Pero nunca lo conseguían.

Salté de la cama y me vestí con lo que tenía a mano, había estado escuchando y sabía que Maiña iba a salir sin contar conmigo. Gateando atravesé el pasillo, en dirección a las cuadras y espere al lado del pajar a que ella pasase, la vi como siempre con su cesta de mimbre en las mano, con un caminar ligero como si flotase y la seguí en dirección al monte.

Maiña estaba de rodillas recogiendo lo que a mi me parecieron, las setas esas que me había dicho que eran malas.

– ¿Que fas ahí Manolo?, me sorprendió, porque la había seguido con precauciones, casi como los indios de las películas. Además ni se daba la vuelta ¿como podía saber que estaba tras aquel pino?

Me quede callado, seguro que me estaba engañando, no podía haberme visto.

– Teño un cacho de chocolate.

– Non te enfades Maiña, non ves que ti non podes coa cesta chea.

– Tes razón, toma o chocolate e colle a cesta.

– ¿E por qué, colles tantas setas malas.

– Estas son “crestas de gallo” son boas Manolo.

Y seguimos recogiendo Ramaria formosa, una setas de gran tamaño, con numerosas ramas cilíndricas, sinuosas, derechas y muy aserradas, que se dividen en los ápices en ramitas denticuladas de coloración dorada, con el pie macizo, carnoso, de blanco a amarillo y la carne, blanca, tierna y quebradiza, de sabor dulce.

Al poco con la cesta medio llena de camino a casa Maiña iba parando en la cuneta y recogiendo flores, mientras yo la miraba intrigado.

– Esta e a “flor de arnica”, para cando te das un golpe e che doy moito.

Mientras mi abuela recogía todo tipo de flores y hierbas, yo preocupado por las consecuencias de la huida de casa, garabateaba con un palitroque la pista de tierra.

– Maiña as tías vanme a pegar?

– Cando entremos na casa, ti escóndete detrás miña e corre para a cama.

Yo no estaba tan convencido, conocía a mi tía Manuela y lo estricta que era.

Me llamaron la atención unas flores muy bonitas que Maiña recogía, estaban en un arbusto de casi un metro de altura, no muy ramoso y las flores eran de color rosado y muy escasas.

– E estas que són Maiña.

– Estas son “Jara blanca”, pa facer jarabe da tos.

Asentí, mientras intentaba sacar de su escondrijo a un grillo, usando una hierba.

– Vamonos Manolo.

Seguí a la abuela, temeroso, arrastrando la cesta, medio desganado y entre en la casa escondiéndome tras sus faldas, ya dentro, tal y como habíamos acordado corrí a la habitación y tal como estaba vestido me metí en la cama y me tape con las mantas.

Esperé atento a cualquier ruido y a los pocos minutos apareció Manuela con una gran taza de caldo.

– Tómate o caldo quente Manolo, que che fara ben.

– Gracias tía Manuela, y me tomé la taza entera de caldo, aún siendo lo que menos me gustaba, mientras a mi tía Manuela se le dibujaba una sospechosa sonrisa en los labios.

Mi abuelo era todo lo contrario de mi abuela, Rudo, fuerte, alto y muy serio. Yo nunca hablaba con él, si tenía que decirle algo, se lo decía a la abuela para que ella se lo dijese.

Se levantaba horas antes de que saliese el sol y después de tomarse un gran vaso de aguardiente y recoger un atillo con brona (pan de maíz) y tocino salado, ademas de la vieja bota de vino. Salía al monte con su gran hacha y no regresaba hasta que casi oscurecía, ya que trabajaba para una fábrica de madera, de las muchas que había por la zona en aquella época. Hoy no queda ni una.

Por eso aquella tarde me llamó tanto la atención que el abuelo entrase diciéndole a la abuela.

– Traigoche un regaliño, y abriendo el atillo que usaba para llevar la comida, nos mostró un ramillete de setas.

La abuela, sentada en un taburete sobre la gran piedra de la lareira, dejó su taza humeante de vino caliente con azúcar y brona, la única cena que a diario tomaba y con una gran sonrisa agradeció el regalo de su marido.

Abrió el atillo y desbordaron unas pequeñas setas de color amarillo anaranjado con el margen ligeramente estriado, de láminas anchas y espaciadas, con el pie fibroso, aterciopelado y de color pardo oscuro a negro en la base, su carne es pálida de olor afrutado y sabor dulce.

-!! Agullas de ouro !!, gracias cariño.

Años más tarde pude averiguar por que a mi abuela le pareció tan buen regalo aquellas setas color oro y es que la Flammulina velutipes, estimula las respuestas anti tumores del cuerpo.

En 1989 se demostró que los consumidores tenían un promedio de cáncer mucho mas bajo que el resto. Esta especie también produce un antibiótico que podría ser significante en el desarrollo de nuevos antibióticos en el futuro.

Tras el duelo inicial, Llara prepara el cuerpo de su marido lavándolo con agua perfumada con flores secas, vistiéndolo con sus mejores pieles y acompañándolo de sus armas preferidas y alimento para el largo viaje, al otro mundo.

Mientras tanto Caesar prepara la tumba de su padre, moviendo grandes piedras al lugar elegido, junto a un enorme abeto y realizando con ellas un gran circulo.

En el interior del circulo colocaron el cuerpo de Otzi y postrándose ante él, pidieron en silencio a sus antepasados, que acompañasen a Otzi en el viaje y guardasen para él un sitio en su mesa.

Luego cubrieron el cuerpo con piedras y recogieron sus cosas, para la larga travesía que les esperaba. Iniciaron la ascensión a la montaña, temerosos pero esperanzados y al alcanzar un pequeño montículo, se detuvieron y mirando atrás soltaron la última lágrima de dolor y desesperación.

Durante semanas no encontraron nada comestible en aquel desierto helado y continuaron su viaje por el día, mientras que las noches las pasaban en pequeños refugios o bajo grandes piedras, cubiertos por todas sus pieles, hasta que llegaron a un pequeño valle, dónde la nieve dejaba paso a un poco de vegetación.

– Deberíamos quedarnos unos días aquí, para conseguir algo de caza, dijo Caesar.

– Sí, yo también necesito alguna cosa.

Mientras Caesar salía de caza, Llara comenzó la búsqueda por los alrededores, de cualquier cosa que pudiese acompañar a los pocos alimentos con los que contaban.

Al poco pudo observar unas setas que conocía y que podrían sacarla del apuro, se trataba de unos boletos de superficie aterciopelada y de color anaranjado, con los pies escabrosos y de carne firme, dura, de color blanco, que vira al rosado con el corte y luego ennegrece.

Muy cerca de los Leccinum quercinun, crecían unas plantas que ella bien conocía y con las que preparaba una infusión para las enfermedades de las vías respiratorias, se trataba del “Gordolobo” o así las llamaba su abuela.

Se afanó en la recogida y regresó al pequeño campamento que había organizado con Caesar, bajo un saliente del terreno, a modo de cueva y espero su llegada.

Caesar llego al poco, cargado con un gran jabalí, al que despiezaron y filetearon para luego dejar secar, colgado de una rama, sobre el humo de la hoguera.

– No estamos solos, dijo Caesar.

– Lo se, tenemos que irnos, esta noche mantendremos el fuego encendido y mañana salimos temprano.

Al hacerse de noche los sonidos se agudizaron, notaban la presencia de varios depredadores, posiblemente los más peligrosos para ellos, hasta percibían sus pisadas rondando el campamento, sin atreverse a entrar en la zona iluminada por el fuego.

Llara y Caesar, de pie, armados con sus hachas y con antorchas en las manos, permanecían atentos a cualquier movimiento sospechoso en la hojarasca que los rodeaba.

– Tenemos mucha carne, tírales las pieles y las tripas, dijo Llara.

Caesar empaqueto como pudo, las tripas dentro de la piel del jabalí y con un impulso, lanzó el atillo hacia la negrura, devolviéndole ésta, el sonido feroz de la lucha por las sobras. La lucha animal por la supervivencia.

Amaneció en silencio absoluto ni tan siquiera los pájaros se atrevían a trinar, mientras Llara y Caesar recogían sus cosas y continuaban su camino hacia el norte, no tardaron mucho en saber que eran seguidos, pero eso no les distrajo de las dificultades del camino.

Una ventisca helada comenzaba a preocuparles y buscaron protección en una pequeña cueva, encendiendo a su entrada un fuego, que les protegiera.

Habían pasado dos primaveras desde que comenzara su periplo por la montaña y Llara observaba ahora, como su hijo se estaba convirtiendo en un hombre fuerte y robusto.

Mientras tanto muy cerca de allí Oscar y Eric, regresaban de caza hacia su aldea en el valle.

– Oscar, ya te dije, que se nos haría de noche.

– Tu siempre quejándote Eric.

– Sabías perfectamente que no conseguiriam….Silencio…espera ..tenemos compañía.

– Son lobos Oscar, encendamos un fuego.

Las pisadas sobre la seca hojarasca, les indicaba la presencia de varios animales y el sonido de sus gruñidos, que estaban preparados para atacarles. Pronto comenzaron a intuir, más que ver, las sombras de varios animales, rodeandoles, observándoles, calibrando el riesgo de atacar a dos hombres adultos, armados con grandes espadas.

Los lobos, llevaban varios días sin comer y cada vez se acercaban más, perdiendo el miedo. Oscar y Eric, no tenían salida eran demasiados animales, como mucho podrían librarse de tres o cuatro.

Cuando de repente desde la negrura lo que les pareció un oso, se abalanzó sobre uno de los lobos, clavándole un cuchillo en el cráneo, para de inmediato agarrar con sus manos las fauces de otro lobo y forzándole hacía atrás, acabo con su vida.

Tras la sorpresa Oscar y Eric, reaccionaron y con sus espadas consiguieron herir de muerte a uno de los animales y hacer que los demás salieran en estampida.

Llara desde la oscuridad observaba a Caesar y los dos desconocidos, como se enfrentaban a los lobos y como éstos sorprendidos, emprendieron la huida.

Momentos antes escucharon los gritos desesperados de los hombres y los sonidos guturales de los lobos, sin dudarlo decidieron intervenir ya que se sentían culpables de haber llevado tras ellos a esa manada de lobos.

– ¿Estáis heridos?, preguntó Llara saliendo de la espesura.

– No señora, gracias a su ayuda, contestó Oscar.

– Es lo menos que podíamos hacer, esos lobos llevan tiempo detrás nuestra.

– Si no llega a ser por su…

– Es mi hijo Caesar, no es muy hablador, le dijo Llara.

– ¿Vienen del otro lado de la montaña?

– Así es, llevamos más de dos años de duro caminar sobre la nieve y el hielo.

– Entonces no podrán negarse a que paguemos la deuda invitándoles a nuestra aldea.

Llara cansada de tan largo periplo, sintió que desfallecía, liberada por haber conseguido llegar a un lugar nuevo, a una vida nueva… a sus ojos asomaron dos lagrimillas de felicidad apenada. Caesar observando a su madre, se acercó por detrás y la abrazó, dejando que ella se apoyase en él.

Los fines de semana los pasaba con mis padres y mi hermano Pepe. Mi padre venía a recogerme los viernes por la tarde y yo disfrutaba del viaje más especial de mi vida, recorriendo a caballito el escaso kilómetro y medio de distancia entre las casas de mis padres y mis abuelos.

En esos paseos con mi padre, él me contaba historias a veces de miedo, a veces familiares. Fué mi padre quien me dijo que a mi abuelo le llamaban de mote “El tizón”.

Maiña se levantaba antes de que el sol amenazase siquiera con salir, para ordeñar a las vacas y para prepararle a su marido el atillo que todos los días llevaba al trabajo. Y cuando el sol comenzaba a intuirse, salía con su cestita a la búsqueda de misteriosas setas y hierbas.

Yo siempre atento y sin que nadie me despertase, me vestía corriendo y me sentaba a su lado en la lareira, dónde siempre estaba mi taza con leche recién ordeñada, a veces hasta con cacao.

– Vamos Manolo, colle a cesta.

– ¿Que vas a buscar Maiña?

– Buscaremos “Pipas”

– !!Ben!! a min gustanme moito.

– No non son esas pipas, has que buscamos son para dormir, que Manuela non dorme ben.

Mientras tanto yo con un garabullo iba haciendo dibujos en el caminito de tierra que nos llevaba al monte y mi abuela pronto encontró lo que buscaba, seguramente ya sabía que en aquel árbol desde hacía tiempo estaba aquella “Pipa”.

El Ganoderma lucidum es un hongo coriáceo, con un sombrero generalmente arriñonado, de color variable, generalmente marrón rojizo, con aspecto de haber sido recubierto con una capa de laca; lo sostiene un pie esbelto, algo tortuoso, en posición lateral; raramente sésil. El carpóforo es persistente, y va aumentando su tamaño, creciendo a partir del borde del sombrerete. Los poros son de color ocre. El área más joven es de color gamuza con los poros casi blancos, cuando madura toma el mismo aspecto y color que la parte más vieja.

– Maiña, por que lle chaman “Tizón” o abó.

– Esas son historias de vellos Manolo.

Ya sabía yo que no me lo iba a decir, mientras me entretenía con el garabullo, dándole a unas bonitas flores blancas.

– Manolo, non rompas a Valeriana, que me fai falta.

La abuela se agacho y con una pequeña azada, cavó en la base de la planta y la arrancó con raíces y todo.

En casa de la abuela vivían sus cuatro hijos solteros, de los doce que mi abuela había tenido. Mis tías, Manuela, Pilar, Isaura y mi tío Rudosindo. Era imposible que mantuviesen ese secreto por mucho tiempo.

Pilar era la más cariñosa de todas, y la más moderna, ella trabajaba en Bastavales de costurera y yo era su único novio, ella me vestía con ropas que tejía de infinitos colores y me mantenía desde bien pequeñito unos largos tirabuzones.

En una ocasión un camionero le dijo.

– Señora que las niñas no pueden llevar pantalones (menudo cabreo que agarré)

– Que non e nena, que e neno.

El hombre que no se lo creía se acercaba con aviesas intenciones, no me quedó más remedio que soltarme de la mano de Pilar y salir corriendo. Mientras escuchaba la risotada de aquél grasiento gordinflón.

Todas las tardes antes de que el sol se pusiese, yo iba a buscar a Bastavales a mi tía Pilar, para protegerla de los miedos de la noche. Tengo que reconocer que me hacía el gallito, pero durante el trayecto, pasaba mucho miedo. Cualquier sombra me alteraba y todas ellas eran aterradoras.

Pero la recompensa compensaba con creces los miedos pasados, mientras la esperaba viendo como cosía, escuchaba sus cotilleos tomando una leche con galletas. Y se me ocurrió preguntar.

– Pilar, por que lle chaman “Tizón” o abó.

Fué como si rompiese una taza, todas se quedaron mudas, mirando a Pilar y de reojo también a mí.

– Son cousas de vellos Manoliño.

La vuelta a casa con Pilar, siempre era lo mejor del día, agarraditos de la mano, ella me cantaba bonitas canciones y si se retrasaba mucho en el trabajo y yo me quedaba dormido, me traía en su regazo, a pesar de que debería resultarle pesado.

No recuerdo haber pasado ni frío ni miedo en esos regresos nocturnos, mas bien me sentía con gran valor, para defender a la dama que me acompañaba, armado con cualquier garabullo.

Aquella noche yo noté un ambiente enrarecido, con miradas de preocupación entre ellos y también que me acostaron mas pronto de los normal.

Yo dormía con Pilar y tras acostarme y cantarme una de sus canciones para que me durmiese, me dio dos besos en la frente y se fue para la cocina, donde estaban todos. Lo normal era que comentasen los temas del día…. que si la vaca aquella, que si el cerdo…que si las patatas, o lo que debían hacer al día siguiente.

Sin embargo apenas se notaba un leve murmullo……estaban hablando bajito.

Eso hizo que la curiosidad me picase y bajando de la cama, fui gateando por el pasillo, hasta la puerta de la cocina, que hacía de comedor. Allí al otro lado de la puerta y debido a que hablaban bajito, apenas pude enterarme de frases cortas y sin coherencia.

… neno ….. tizón non sabe … barbaro … chegou … mar profundo … clavandolle … tizon pola garganta … … matouno … pasame a taza…. non falar de eso … e dalle …

Sentí ruido de pasos y como una lagartija gateé rápidamente, por el pasillo a la habitación y me acosté, haciéndome el dormido.

Al poco se entreabrió la puerta del dormitorio y alguien asomó la cabeza para ver si estaba dormido.

Esa noche, apenas pude dormir las pesadillas se amontonaban, por un lado aparecían bárbaros con grandes hachas y por otro estábamos en vísperas de la gran desgracia. Y es que me estaba preparando para recibir la primera comunión y eso significaba despedirme de tan lindos tirabuzones.

A mi no me preocupaba quedarme sin los pelos, lo que me preocupaba era la desgracia que caería entre las féminas de la casa, tras esa acción.

Tres largas noches de insomnio, cargadas de una recurrente pesadilla, mantenía a Llara muy preocupada. En la pesadilla veía como en un bucle, como grandes troncos, piedras y barro la envolvían en forma de torbellino, mientras ella alargando las manos, intentaba tocar para entender.

Llara y Caesar habían encontrado su lugar en el mundo, en la aldea de Oscar y Eric, una pequeña comunidad que vivía al lado de un lago, que recibía tres pequeños ríos de la montaña helada y con el paso de los años los conocimientos que atesoraba de sus ancestros, le dieron un lugar prominente entre los aldeanos.

Ya anciana, Llara continuaba curando las heridas de sus paisanos y educando a los hijos del pueblo y a sus propios nietos, ya que Caesar había tenido dos hijos con la hermana de Oscar, uno de los hombres que salvaron en la montaña helada.

Una gran tormenta se acercaba con grandes nubes negras, que salían desbordantes de los picos de la montaña, cargadas de rayos y truenos augurando una noche tempestuosa, las primeras gotas cayeron en forma de hielo del tamaño de una piedra de honda a lo que siguió, una tromba de agua inaudita. Todos en sus casas se dispusieron a dormir, excepto Llara que no conseguía conciliar el sueño y temía otra noche de pesadilla.

Al poco comenzó a escuchar un sonido lejano, como un pequeño retumbar de tambor, que iba poco a poco en aumento. Entonces lo vio, vio como los ríos sobrecargados arrastraban consigo arboles, piedras y barro, sepultando a la aldea y a todos los vecinos, se levantó y corriendo salió gritando.

– !!Alarma!! !!Despertad!!, algunos vecinos salieron despistados sin saber que pasaba y ella les dijo.

– Recoger vuestras cosas tenemos que salir hacia la colina.

Si de otra persona se tratase no le hubiesen hecho caso, pero Llara tenía una autoridad moral sobre todos ellos y eso hizo, que aún sin comprender que pasaba, todos le hicieran caso, recogieron los más imprescindible y tomaron camino de una pequeña colina cercana.

Desde allí observaron como tres grandes riadas bajaban por los tres riachuelos, cargados con todo lo que encontraban a su paso y arrasando a su vez con la totalidad de la aldea.

Pasaron la noche al abrigo de unos abetos, observando como sus pertenencias desaparecían y a la mañana decidieron que el lugar no era seguro, debían buscar otro sitio para vivir.

– construiremos grandes barcos y bajaremos por el Rin, dijo Caesar, a lo que todos estuvieron de acuerdo.

Mientras los hombres se afanaban en construir los barcos y reparar los que tenían para la pesca, llara en compañía de su nuera Runda y de otras mujeres del pueblo,buscaban provisiones para el viaje, la riada les había dejado sin huerto así que tuvieron que internarse en el monte buscando cualquier comestible posible.

Encontraron acelgas y ajos silvestres, algunas fresas y “setas de miel”, no eran las más sabrosas, pero si necesarias.

Esta seta tiene la carne blanquecina y firme en el sombrero, leñosa y fibrosa en el pie, de sabor suave en los ejemplares jóvenes, amargo y desagradable en los ejemplares adultos, y de olor fuerte no muy agradable, con el sombrero aplanado u ondulado, algo deprimido en la vejez y ligeramente mamelonado, de color miel, aunque a veces con tonos amarillentos.

A Sinda, la hija mayor de Caesar y Runda, le interesaba más lo que estaban haciendo los hombres, ella siempre se ocupaba de labores que comúnmente desarrollaban los hombres, le gustaba cazar, le gustaba pelear y disfrutaba imponiendo su fuerza ante cualquiera de los machos del grupo, por eso ella estaba allí con ellos en plena faena con los barcos.

Todos la conocían y todos la evitaban, ya que una pelea con ella, no terminaba hasta que ella decidiera y es que además de fuerte era muy diestra con las armas y en el cuerpo a cuerpo, el único que conseguía calmarla era su hermano menor Caesar, que era más templado y conciliador.

Sinda siempre estaba acompañada de animales, nadie entendía el porque, pero los animales más salvajes la tomaban como igual y la seguían donde fuese, ella les hablaba y ellos parecían entenderla, al menos en las cosas más básicas.

Pasaron semanas antes de que los barcos estuviesen terminados, los cargaron con todas sus pertenencias y se adentraron con ellos en aquel grande y desconocido río.

Navegaron a favor de corriente durante varios días, varando en la orilla solo para aprovisionarse o descansar, hasta que la corriente pareció cambiar. De repente el río parecía cambiar de dirección.

– !!El agua sube!!, dijo alguno de los hombres.

– !!Es salada!!, !!El Agua está salada!!, decían otros.

– No debéis preocuparos el que no entendamos no significa que sea malo, les calmaba Llara, aunque preocupada.

– Los barcos a la orilla ordenaba Caesar, ya tendremos tiempo de investigar éste extraño suceso.

Al tiempo que Sinda acariciaba la gigante cabeza de un pez, que parecía querer subirse a la barca, ya que tenía media cabeza dentro, mientras emitía extraños sonidos, y mobía la cabeza de arriba a abajo, como afirmando algo. Como si hablase con ella.

Los hombres quedaron alucinados ante tal imagen y algunos se arrodillaron pidiendo clemencia a los dioses.

– Tranquilos, solo es un pez pacifico y hermoso, además de muy curioso, les dijo Sinda.

Tras alcanzar la orilla, comenzaron a inspeccionar la zona y decidieron que era un buen lugar para levantar un campamento provisional, mientras no se decidiese lo que hacer.

Se reunieron entorno a un fuego, tras realizar una primera incursión en la zona y concluir que estaban en una isla, que había formado el río al encuentro con el mar, por ello decidieron llamarla “Zelanda” Tierra de Mar.

– Pediremos todos con respeto que Nehalennia nos bendiga y bendiga ésta tierra y sus frutos, dijo a todos Llara.

Asintieron convencidos de que la diosa Nehalennia, protectora de los navegantes, velaría por ellos.

Y las siguientes semanas las dedicaron a construir la aldea, con casas de madera y techos de paja, además las mujeres comenzaron a preparar el terreno, para sembrar las pocas semillas que habían podido salvar.

No todos, claro que no, Sinda tenía cosas mejores que hacer y escaqueándose de hacer casas o huertos, se dedicó a explorar la zona, mezclándose con la naturaleza y congeniando con los animales, que curiosos primero la observaban, para luego acercarse temerosamente y después jugar con ella, como si la conociesen de toda la vida.

Al año de vivir en casa de la abuela, llegó un regalo de Venezuela. Mi prima Marité envuelta en sedas y mantillas.

Tengo que reconocer que mis tías hicieron todo lo posible, para que yo no cogiese celos, pero se notaba que era una niña en medio de muchas mujeres y sobre todo la diferencia de clase, ella era hija de la rica, yo del pobre.

Recuerdo que cuando ella tomaba el biberón, yo esperaba por si sobraba….siempre sobraba un poco para mí, También recuerdo los grandes paquetes que llegaban de Venezuela (la Venezuela de antes no era la de ahora), recuerdo sus enormes muñecas y su primera bicicleta.

Lo de la bicicleta fue compensado por mi padre, que al enterarse se paso varias horas en el viejo taller de carpintería de mi abuelo materno y salió con un monopatín con ruedas de madera de pino, luego me entere que los americanos le llamaron Skateboards, creo que a mi padre no le compensaron para nada.

Desde luego no había color, la bicicleta se podía manchar o romper y eso sería una desgracia, sin embargo el monopatín tenía todos los repuestos necesarios y un servicio de taller VIP. Además el monopatín alcanzaba velocidades que la bicicleta ni soñaba, eso sí, tenías que subir a pie cargado con él a lo alto de las pendientes.

Llegó el día en que la princesa perdió protagonismo, y es que me puse muy enfermito y todos volcaron sus esfuerzos sobre mi. A mi no me dolía nada así que las atenciones me alagaban, al fin ascendía de escalafón social. El problema era que perdía sangre por la nariz y la necesitaba para vivir.

El medico no acertaba con la solución a mi problema, solo aconsejaba posiciones de almohadas y recetaba manzanilla y comidas sin sal.

Mi abuela preocupada se pasaba mucho más tiempo buscando setas y hierbas, para conseguir una mezcla que me ayudara, yo solo lamentaba que no pudiese acompañarla.

Cada día me encontraba con menos fuerzas, me mareaba si me levantaba de la cama. Yo preguntaba por Maiña que hacia un par de días que no la veía, me decían que estaba de viaje y que llegaría pronto, tenía miedo, ella era la única que calmaba mis miedos, sin ella sentía que me moría.

Los recuerdos de aquellos días están más difuminados de lo normal, seguramente porque perdía la consciencia a menudo, pero recuerdo la alegría de ver a Maiña entre brumas, como en sueños y de como ella, muy contenta me mostraba un ramillete de flores rojas, tan delicadas que sobre mí cayeron algunos pétalos, también vi unas setas gordas, rojas, muy pálidas, creo recordar, y sobre todo el olor a menta que lo envolvía todo.

La abuela se pasó horas preparando esa mezcla especial que debía curarme y cuando la tenía se acercó a mi lecho y pidió que me incorporaran.

– Agora vas ser moy valente Manolo, tes que respirar forte por a nariz.

En una cucharilla de café, vi unos polvos grises como la ceniza y acercándolos a mi nariz, me pidieron que los esnifara, pero yo no tenía esas fuerzas que necesitaba, entonces pilar dijo que colocaran los polvos en una jeringuilla y los forzaran a entrar por el conducto nasal.

Recuerdo que al poco la poca visión que tenía se esfumaba y los gritos de mi madre y mis tías se ampliaban, como formando un eco.

Dicen que dormí plácidamente durante dos días, lo que yo recuerdo es que me desperté abrazado por Pepe y por Marité y con un hambre de lobo.

Maiña al lado de la cama se incorporo y dándome un besito en la frente me dijo.

– Demoslle gracias a aboa Rudosinda.

Luego se fue toda contenta y continuó con sus labores como si nada hubiese pasado.

La recuperación fue muy rápida a los dos días ya estaba de pie, con ganas de jugar, lo que me preocupaba es que se acercaba la fecha de la primera comunión y por tanto la de la rapada de pelo.

La ceremonia del corte de pelo resulto ser dramática, tal como me esperaba, primero mis tías y mi madre no se ponían de acuerdo en quien debía ejecutar el corte, luego compraron unas cajitas de cristal y discutieron el reparto de los mechones.

Al primer corte, todas comenzaron a llorar y debieron detener la operación, yo ya me temía que iba a la ceremonia con el pelo a medio cortar, hasta que llegó Maiña, cogió las tijeras y se encargó de cortar uno a uno los tirabuzones, mientras las demás los recogían, los colocaban en una de las cajitas y lloraban.

El día de la primera comunión, supongo que fue como el de casi todos, me pusieron guapo, me dijeron que me portara bien en la iglesia, fui en procesión y después una fiesta en casa de la abuela.

Allí repartí las consabidas estampidas, que habían encargado con mi foto a una imprenta y recibía a cambio unas monedas.

Por unos momento era el chico más rico del mundo y decidí festejar aparte con mi hermano, los primos y algún amigo, gastándome en el ultramarinos, las monedas comprando, Mirindas, Fantas y coca-colas. Menuda bronca me pegó mi madre, el caso es que con el tiempo tampoco he cambiado, siempre he sido el primero en sacar la cartera en los bares.

Mis inicios escolares fueron en la escuela de San salvador de Bastavales. Siendo por entonces una zona de muchas fábricas de madera, el continúo paso de camiones, dejaba la carretera sembrada de trozos de corte de los pinos, y estos nos los mandaba recoger la profesora durante el recreo, para usar en su particular chimenea, porque en la clase, chimenea no había.

A mi los estudios siempre me resultaron sencillos, por eso a veces me aburría y hacía tonterías, el caso es que un día se escucharon en clase unos golpes como de llamada y la profesora salió a ver y viendo que no llamaba nadie se dirigió a nosotros.

– ¿Quien ha sido?, obteniendo la callada como respuesta, lo dejo pasar,

– Toc, Toc, Toc, se escucho al rato, y ya enfadada volvió a preguntar.

– Como nadie respondía le pidió a una de las chicas mayores que fuese por un palo al almacén y ésta se trajo uno muy bonito y con muchas aristas.

Con el palo amenazante, volvió a preguntar quien había sido, y se escucho de nuevo el Toc Toc.

Tengo que explicar que las mesas de aquel colegio eran muy grandes, creo que había al menos una docena de alumnos en cada una, ésto hizo que ella supiese en que mesa habían sonado los golpes, casualmente en la mesa que yo compartía.

Se acercó al primer alumno de la fila y preguntando quien había sido, levanto el palo y lo dejó caer sobre la cabeza del primero, con un golpe seco seguido de un aullido lastimero, repitió la operación con el segundo de la fila, con el mismo resultado y al hacerlo conmigo, debió darle algún efecto al golpe, porque el sonido fue distinto, el lamento también y el resultado, un chorro de sangre que la dejó bañada, a ella, a mi y a alguno más.

Resultado, toda la clase llorando, pensando que me había matado, llamaron a mis tías para que me llevaran al medico y ya en casa, llamaron a mi madre y entre todas querían llamar a la Guardia Civil, pero yo sabiendo que era culpable les pedí llorando que no denunciaran a la profesora, sobre todo por el miedo a quedar detenido.

Maiña viendo mi comportamiento, fue la única que se dio cuenta de la verdadera situación y dándome un abrazo me dijo y dijo a todos.

– Aquí non se denuncia a ninguen, Manolo ten razón, heu falarei coa profesora.

Nunca supe la conversación que mi abuela tubo con la profesora, pero a partir de aquel momento y hasta el final de curso, fui el niño mimado de toda la clase.

Llara sentía que estaba en el paraíso, aquellas tierras en comparación con las que ella conocía, eran extraordinarias. Las semillas que trajo consigo, se multiplicaron y los frutos que dieron, resultaron esplendidos tanto en cantidad como en calidad y sobre todo en tamaño.

Sentía al fin que aquél lugar húmedo y de ambiente salado era el ideal, para que su descendencia aumentase y prosperase, sentía que había llegado al final de su largo caminar.

Hacía cinco años que desembarcaran y mientras los hombres recuperaban sus salidas de caza, las mujeres, cuidaban de los niños, del huerto y de los animales domésticos. Todas menos Sinda, a la que fue imposible descartar de las salidas de caza, primero por su férrea insistencia y después porque era la mejor cazando.

A lo que siempre estaba dispuesta Sinda era a ayudar a Llara en las preparaciones medicinales, le entusiasmaba la sabiduría de su abuela y sobre todo el poder que tenía de curar a la gente, tanto física como mentalmente.

Justo antes de ésta salida de caza le había acompañado junto con Runda su madre, en la búsqueda que realizaba diariamente a la salida del sol, de hierbas, raíces y setas.

– Mirar cuantas “tapas”, tener cuidado de no pisarlas, dijo Llara.

Frente a ellas tenían un pequeño grupo de setas grisáceas, muy viscosas, que empezaron a recoger con sumo cuidado, pues sabían que Llara además de para cocinarlas, las quería para retirarles la cutícula viscosa, que usaba en alguna de sus preparaciones medicinales.

Sinda sabía todos los pasos que daba su abuela con lo que recogían del bosque, el cuidado con que trabajaba cada especie, los mimos que le prodigaba al secarlas o macerarlas, la precisión con que medía las cantidades que mezclaba, tanto raíces como flores, setas o hierbas. Y sobre todo el uso al que dedicaba cada mezcla y las oraciones que musitaba, mientras lo hacía.

Eso era lo que pasaba por su mente en aquellos momentos, con la mirada perdida, sin sonidos, apenas imágenes del llanto y el aspaviento de los hombres, pero borrosas, como en sueños. Sin notar que sobre su regazo mantenía inclinado el cuerpo sin vida de Llara.

La palidez de su cara la rigidez de sus facciones, la explosión retenida en su interior, que intentaba salir por todos sus poros y el grito ahogado sin sonido, que intentaba expulsar de su ser sin conseguirlo….hasta que el animal que llevaba dentro, tomo las riendas y con un grito lastimero alargado en el tiempo, aflojó la presión, y pudo al fin llorar.

Al momento regresaron los sonidos y con ellos los aullidos lastimeros de los lobos….sus amigos y con ellos todos los animales del bosque, desde el más grande al más pequeño. Todos lloraban su dolor.

Entonces recobro la cordura, acarició y beso el cuerpo de su abuela y recordó, que cuando regresaron de cazar se encontraron el pueblo quemado, arrasado y convertido en un cementerio.

Ni rastro de Runda ni del resto de las mujeres más jóvenes, tampoco estaban los niños adolescentes. En cuanto a los hombres, todos muertos con señales de haber entablado una lucha feroz. Los alimentos saqueados, los barcos que habían quedado para pescar, quemados, igual que todas las casas y parte de la cosecha.

Algunos hombres querían salir de inmediato, en persecución de los malvados, pero Caesar les dijo.

– Primero hemos de despedirnos de los muertos, tiempo habrá para la venganza.

Colocaron a sus seres queridos en fila, vestidos con sus mejores ropajes y acompañados de sus pertenencias más queridas, los rodearon y cubrieron de grandes rocas y se postraron pidiéndole por ellos a los dioses.

Mientras Caesar hijo, gravaba en una gran losa el dibujo de Llara, saliendo de un barco, con una cesta de fruta en la mano y un lobo al lado, en señal de como sería recordada, con una petición de clemencia a la diosa Nehalennia.

Una vez terminada la losa la colocaron sobre el montículo de piedras que cubrían los cuerpos y tras abastecer los barcos con parte de la caza y todos los alimentos que pudieron encontrar, se dispusieron a partir.

Entonces llegó Sinda, que había estado desaparecida y tras ella dos lobos adultos, subió a uno de los barcos, con la mirada perdida y el cuerpo tensionado y los lobos la siguieron. Nadie quiso decirle nada y partieron en silencio.

Se adentraron por primera vez en el mar profundo y navegaron en dirección Oeste, dejando siempre una distancia prudencial con la costa, para evitar los arrecifes, acercándose a la orilla en lugares accesibles, playas o deltas que eran revisados cautelosamente buscando huellas de desembarco.

No fue hasta el séptimo día que encontraron muestras de desembarco en una playa, se internaron buscando alguna aldea, hasta que encontraron las cenizas de una, pero sin una vida.

Así continuaron durante varias semanas, revisando la costa y sorteando las escolleras hasta que llegaron al fin del mundo. Las leyendas decían que más allá, los barcos y las gentes desaparecían tragados por grandes monstruos marinos.

Caesar observaba a los hombres y todos querían continuar, aún a sabiendas de que las posibilidades de éxito eran escasas.

La mar embravecida jugaba con los barcos, sobre su cresta como si fuesen de papel, todos tuvieron que atarse, para evitar desaparecer tragados por las aguas, que intentaban en todo momento arrastrar los barcos hacia las grandes y amenazantes rocas de la costa.

Pronto la costa tomó dirección sur y siguiéndola con los barcos, una treintena de hombres, una mujer y dos lobos, continuaban su odisea, revisando cada playa y adentrándose en cada ría, hasta que.

– !!Fuego en la costa!! !!Fuego en la costa!!, gritaron varios hombres.

A lo lejos se veía una columna de humo y ese tipo de señal era lo que todos esperaban, pusieron rumbo a la costa, adentrándose por una gran ría y desembarcaron en las cercanías del fuego, mientras una espesa niebla les cubría.

Caesar hijo, escaló por la escollera hacia un pequeño montículo, dónde pudo observar, que se trataba de una aldea de pescadores, con apenas una docena de casas y que el humo que vieran salía de un pajar, incendiado pocas horas antes. También vio que el lugar estaba defendido por al menos diez bárbaros, que parecían custodiar a algunos prisioneros en una especie de almacén.

Mientras desde dentro del almacén salían gritos ahogados de dolor, seguramente de algún herido, Caesar desde el montículo, hizo señas a su padre de lo que estaba viendo y éste ordenó a su gente que con precaución, rodearan la aldea.

– !!No!! SINDAAA, grito y salió corriendo en dirección a la aldea.

Sinda, que había escuchado el sonido de la voz de su madre Runda en aquel almacén, se dirigió a la aldea, sin que los hombres se dieran cuenta y seguida de los dos lobos, directa al almacén sin precaución alguna, en linea recta, con el arco en una mano y tres flechas en la otra.

Lo guardianes la vieron llegar e intentaron dar la voz de alarma, pero la rapidez endiablada de Sinda con las flechas, se lo impidió definitivamente, mientras otros dos bárbaros estaban siendo atacados por los lobos y varios salían del almacén armados y dispuestos a defenderse, pero Sinda que estaba fuera de sí, tiró el arco y la flecha que le quedaba y se abalanzó sobre ellos con una daga en una mano y una espada en la otra.

Mientras su hermano que bajaba corriendo hacia la aldea, veía como sinda, fuera de si acuchillaba a todo lo que se le ponía por delante, los gritos y la sangre corrían paralelos. Caesar apenas tubo tiempo de llegar junto a su hermana, para defenderla del último de los bárbaros, que pretendía atacarla por detrás.

– !!MAMA!!, mientras gritaba, Sinda entró en el almacén seguida por su hermano, buscando a sus familiares y vecinos secuestrados.

– Sinda cariño, estoy aquí, se escuchó desde dentro, la devil voz de Runda, que al poco estaba abrazada por sus dos hijos, mientras que llegaban Caesar y el resto de los hombres.

La situación económica de mis padres fue mejorando y con ella la reagrupación de la familia, aunque en la realidad los cambios fueron mínimos, ya que las casas de mi madre y de mi abuela estaban a menos de un kilómetro de distancia, y yo ya tenía edad para poder ir de una a otra, con lo que al principio me dejaban quedar a dormir dónde quisiera, siempre que llegara a tiempo al colegio.

Pepe era mucho más cerrado que yo, supongo que debido a la diferencia de vivir con un montón de tías a vivir, con mi madre, una mujer con más problemas y por lo tanto, más preocupada por todo y sobre todo más rígida.

Mi llegada debió ser un cambio muy drástico para él, de pronto tenía un compañero de juegos y alguien con quien repartir las broncas de mi madre, y digo las de mi madre, porque no recuerdo ninguna de mi padre.

Antonio Ferreira descendiente directo de los tizones, era un hombre feliz, no necesitaba mucho para serlo, trabajaba como jornalero en el campo, mientras sus hermanos habían emigrado o trabajaban sus propias tierras, tenía una mujer, dos hijos, una gran familia y muchos amigos.

Tantos amigos que en muchas ocasiones mi madre me mandaba a buscarlo al bar, de donde le era difícil salir. Yo lo hacia corriendo, porque si llegaba al bar antes de que él saliese, me quedaba de jarana con él. Siendo así, nadie daba crédito a las historias que contaba, hasta que un día de noche, regresando a casa, él muy contento y yo temeroso de las sombras del monte que teníamos que cruzar.

– Non teñas medo Manolo.

– Esta noite e moi negra papa.

– Nos estamos protexidos.

– E por quen.

– Por eles, dijo, mientras señalaba hacia atrás.

Yo no veía nada mas que sombras fantasmagóricas, queriendo atraparme y engullirme, pero él insistió en que mirase de corazón y vería una luz que nos seguía y que tenía la misión de protegernos contra todo mal.

Y la ví, una pequeña luminosidad que seguía nuestros pasos y que con su fuerza, impedía que las sombras nos envolviesen, como manteniendo una campana protectora sobre nosotros.

Al día siguiente buscando setas con Maiña y mientras ella recogía unas grises muy escamosas de las que me había advertido no llevase a la boca por que eran venenosas,(Tricholoma pardinum), decidí contarle lo que me sucediera con mi padre y ella no pareció sorprenderse.

– Teu pai e especial, podría ser o que quixera, pero e feliz así.

Y entonces me contó, como salvó la vida de mi tía Pilar años atrás, cuando andaba de novio con una de Macedos y es que cuando regresaba a casa, después de dejar a la novia, vio como si unas ovejas cayesen rodando por la ladera desde la carretera, en dirección dónde estaba él, intentó apartarse pero le fue imposible y cuando creía que se le venían encima, pudo ver la cara de Pilar medio deformada por los golpes y escucharla decir “axudame”.

Al llegar a casa y sabiendo que a la mañana siguiente, Pilar tenía que coger al autobús para ir a Noia, donde estaba trabajando, habló con Maiña, para que se lo impidiese y así fue. Al día siguiente el autobús de Santiago a Noia, volcó por aquel terraplén, muchos murieron, otros quedaron destrozados.

Pepe y yo eramos dos niños normales, ni más ni menos traviesos que los de nuestra época, a veces teníamos problemas para entrar en casa, nunca estábamos seguros de que mi madre no estuviese detrás de la puerta esperándonos, con un palo.

Una vez descubrimos los ahorros secretos de mi madre y como verdaderos piratas, los cambiamos de lugar y retirando una piedra del muro de la finca, le hicimos acomodo en previsión de necesidades futuras.

En otra ocasión nos encontraron medio desnudos en un hórreo en compañía de dos vecinitas de la misma edad.

Teníamos una vaca muy mansa que nos permitía merendar directamente de su ubre y eso hacíamos, cada vez que nos tocaba sacarlas a comer al campo. Hasta que escuchamos que la iban a mandar al matadero, por estar seca.

Había otra vaca con la que teníamos serias diferencias y tanto ella como nosotros, las sacábamos a relucir a diario, sobre todo pinchándola con un palo con una punta en uno de los extremos, que se usaba para arrearlas, cuando iban cargando el carro. Hasta que le dio una patada a mi hermano en el pecho, que casi le mata.

Las salidas del cole eran el momento propicio, para esperar a los de la aldea de al lado, ocultos en los laterales de la carretera y bombardearlos con pedruscos de tierra. Hasta que le abrimos la cabeza a uno (los pedruscos de tierra son muy parecidos a las piedras), el muy cobarde, fue y se chivó.

Camino del cole, había una finca muy grande, rodeada por un muro de piedra, donde las frutas parecían salir directamente del paraíso, todos teníamos frutales, pero aquellos daban unos frutos mas sabrosos, o eso pensábamos, el caso es que estaba protegida por dos perros, tan grandes como caballos y que parecía que nos tuviesen tirria. A pesar de usar estrategias de despiste con ellos, en más de una ocasión, alcanzaron algún culo.

Las tertulias familiares en torno a la chimenea eran muy interesantes, excepto cuando tocaba rezar el Rosario. Yo siempre las esperaba y a veces las provocaba, tenían un halo de misterio y es que según de lo que se hablaba, mi abuela materna, mandaba bajar la voz y cerrar todas las contraventanas, por miedo a ser escuchados desde fuera, sobre todo cuando se hablaba de Franco.

Las historias de las tertulias eran muchas, pero había una en especial que a mi me interesaba mucho y era la de la “Santa Compaña”. Era vista también como un presagio de alguna catástrofe venidera, como una plaga o una guerra, o, por lo menos, de la muerte de aquel que había observado dicho evento. Las personas que estuvieran en el camino y se toparan con ella podían elegir entre dos opciones: arrojarse al suelo y sentir las gélidas pisadas de los espíritus o dejarse llevar por ellos, corriendo el riesgo de ser depositados lejos de su casa o morir durante la furiosa embestida y pasar a ser otro integrante más de la misma. A los niños se nos advertía de que nos tapáramos los ojos para evadir la visión. Otros creían que los espíritus de las personas podían ser sacados de sus cuerpos durante el sueño para participar en el recorrido.

Después de haber visto la luz protectora que nos seguía a mi padre y a mi, pareció abrirse ante mi una puerta a otra dimensión, que yo evitaba cruzar, desentendiéndome de las visiones que tenía, a veces fantasmagóricas viendo personas en lugares o posiciones imposibles, otras agobiantes presionándome el pecho de tal manera que apenas podía respirar. Todas ellas terminaban con la aparición de la luz que lo abarcaba todo.

Comenzaba a oscurecer y una tormenta amenazaba con remojarnos, pero un amigo mío había conseguido que su hermano mayor le “dejara” su Mobylette nueva y estábamos probándola, en la carretera de Os Anxeles a Bertamirans. Cuando me tocó a mi, coincidió que al fondo de una recta en Alqueidón, estaban los guardias civiles montando un control y no me quedó otra que desviarme, en dirección a la aldea de Estrar.

Tras pasar por Vilanoba, tuve que cruzar un pequeño bosquecillo, de pronto los vientos se animaron y una capa oscura de nubes cubrió los cielos, las hojas caídas se arremolinaban y la moto se paró. Mientras intentaba encender de nuevo la moto, miré hacia atrás en busca de aquella luz protectora y no la vi.

Los sonidos normales de la noche, fueron sustituidos por un sonido extraño, como un canto de misa, como si el viento en combinación con la maleza se hubiese convertido en un coro gregoriano, y frente a mi aparecieron unas sombras envueltas en espesa niebla, que las velas que llevaban hacían resaltar.

Aparté la moto a un lado y la luz que no encontraba, se posó sobre mi, eso me tranquilizó y pude observar como al frente de aquella comitiva iba Faustino, un vecino de Estrar que llevaba un tiempo enfermo, con una gran cruz sujeta fuertemente entre sus manos y con la cara demacrada, miraba al frente con temor.

Tras Faustino dos hileras de encapuchados, que mostraban a la luz de las velas que portaban, sus esqueléticas facciones, llevando los primeros lo que parecía un ataúd, sobre sus hombros. Según iban pasando ante mi, por aquél pequeño camino de tierra, el ambiente se tornó helado con un olor a cera quemada y el viento arreciaba de tal forma que el remolino de hojas, parecía querer arrancarme del suelo. Suelo, dónde yo parecía estar anclado, protegido, por aquella luz salvadora.

Sentía que debía seguirlos, que me iba la vida en ello, mientras que los encapuchados me dirigían miradas tenebrosas y de reproche, miradas profundas desde el interior de las cuencas vacías de los ojos. Y las voces, voces de ultratumba, primero melosas, luego acuciantes y exigentes, me apremiaban a unirme al grupo y yo las creía, incluso lo necesitaba… necesitaba acompañarlos.

Al poco el olor a cera quemada cesó y su lugar fue ocupado por un olor penetrante a descomposición, mientras la comitiva se alejaba arrastrando sus pies desnudos sobre una nube de hojas secas y la moto se encendía, inexplicablemente.

En cuclillas, desgranando maíz sobre una cesta de mimbre, Maiña escuchaba mi historia, prestándome mucha atención, mientras yo le contaba mi visión de la Santa Compaña, me pareció que no la sorprendía y que tan solo se dolía por Faustino.

– !!Pobre Faustino!!.

Luego agarró un puñado de tierra y dejándola caer al viento, dijo.

– Solo somos ésto, Manolo. Pareció recordar algo y comenzó a contarme la historia de su abuela.

Rudosinda era hija de Sinda y nieta de Caesar, bárbaros llegados del mar profundo, en persecución de otros que habían secuestrado a Runda, la madre de Sinda.

Cuando rescataron a Runda, rescataron también al resto de los vecinos de la Puebla del Dean (perteneciente al Señorío del Deán de Santiago), denominada así, por estar gobernada por un cabildo religioso.

Los vecinos de la aldea de pescadores, contaron a Caesar y sus hombres, que cientos de vikingos armados hasta los dientes habían entrado por la ría y superando las defensas del cabildo se adentraron por el río Ulla en dirección a Catoira, dónde al parecer se estaban librando salvajes combates entre los bárbaros y los soldados del propio príncipe de Dios, el obispo Cresconio que comandaba las tropas de Santiago de Compostela.

Caesar y sus hombres decidieron fortificar la aldea y atacar a los bárbaros por la retaguardia, impidiéndoles en su caso la retirada. Mientras algunos hombres quedaban al cuidado de la aldea, Caesar y varios de sus hombres embarcaron y se adentraron en la ría en dirección a Catoira.

Sinda, su hermano Caesar y una docena de hombres de la aldea, lo hicieron en la misma dirección pero por la costa, seguidos en todo momento por los lobos de Sinda.

Mientras tanto en Catoira, los cielos se desplomaban y las aguas de la ría se teñían de rojo, tal era la ambición de los bárbaros por conseguir los tesoros de Santiago de Compostela, que el propio Gunderedo, caudillo Noruego denominado el Rey del Mar, comandaba las tropas invasoras.

La comitiva de Sinda por la costa iba encontrando aldeas sometidas, por los bárbaros, pero muy poco defendidas y que fácilmente liberaban, pasando sus hombres a aumentar el grupo, siendo así, que cuando alcanzaron las cercanías de Catoira, eran casi una centena los que la seguían, armados hasta los dientes y tremendamente furiosos.

En las cercanías de Catoira, sobre una pequeña colina de pinos negros, decidieron pasar la noche. A lo lejos se veían varios fuegos, la mayoría de los asaltantes a Catoira, pero uno podría ser el de su padre y la tropa que le acompañaba, ya que se veían sus barcos al otro lado de la ría, en una pequeña cala.

Encendieron también un gran fuego y tras alimentarse, se dispusieron a dormir, los lobos algo inquietos se internaron en el bosquecillo, hacia un pequeño claro. Sinda, al principio no se preocupo, pero al no sentirlos, decidió seguir sus pasos y los encontró jugando como amigos con un joven moreno de fuerte constitución.

Para ella resultaba inquietante aquella aparición en medio de la noche, con una luz sobrenatural en medio de una tormenta y se quedó un rato mirando como jugaban, hasta que el joven que había sentido su presencia, dijo.

– Entón, estos cadeliños… ¿son seus?, miña señora.

– ¿Quien eres?… y ¿Que haces con mis lobos?,… !RESPONDE!.

– Eu son Antonio, Ferreiro no barbanza, os teus amigos fixeronnos unha visita, eu solo quero corresponderlles.

– No son amigos míos, ya hace tiempo que me hicieron una visita como a ti.

Caesar, que había salido tras su hermana, escuchaba detrás de un pino la conversación, sin entender muy bien, que su hermana, todavía no hubiese matado a aquél tipo, es más, parecía que coquetease con él. Lo que daría por que su madre viese aquello.

– ¿Que haces Sinda?… ¿Quien es éste?, salió Caesar interrumpiendo a la pareja.

– Antonio Ferreira, uno de por aquí cerca, dijo Sinda, sorprendida.

– Solo Antonio… e gustaríame unirme a vostedes…. si a señora non lle importa.

– A la señora no le importa, todos los brazos son bien venidos, yo soy Caesar el hermano de la “señora”.

– Encantado de conocelo, Cesar, as suas ordes.

Mientras Sinda con la cabeza gacha, no entendía lo que le pasaba, ojala su madre estuviese allí, se dirigieron al campamento, seguidos por Caesar, que intentaba por todos los medios ocultar una gran sonrisa.

– Pero Maiña, ese home chamase como o meu pai, interrumpí a la abuela aprovechando que cambiaba de cesta de Maíz.

– Igualiño que o teu pai, pero ¿queres que che siga contando a historia?.

– Si Maiña, xa calo.

Y Maiña concentrándose, continuó contándome la historia de la batalla de Catoira, en la que el conde Gonzalo Sánchez dirigía las tropas del Obispo de Santiago de Compostela. Esta vez no iban a permitir que los vikingos se saliesen con la suya y para ello contaban con un poderoso ejercito.

Entre las aldeas de Quintans y O Regueiro existió durante un tiempo una aldea que las gentes han querido olvidar, la aldea de Bergonzo, un pequeño pueblo marinero, que se traslado de la costa al interior, hartos de las incursiones de Vikingos y Moros.

En ésta ocasión la aldea estaba siendo utilizada por los bárbaros para retener a los secuestrados, considerados de más valor, y a ella estaban regresando grandes contingentes de invasores, que al parecer sufrían derrotas puntuales en el frente de Catoira.

– Temos que recuperar Bergonzo e liberar os prisioneiros, propuso Antonio el herrero del Barbanza.

– Estoy de acuerdo, pero necesitaremos ayuda, avisaremos a mi padre y sus gentes, dice Caesar.

Desde el montículo en el que se encontraban hicieron sonar sus cuernos, con una melodia usada en sus partidas de caza, que Caesar entendería a la perfección y esperaron el movimiento de los barcos.

Cuando observaron que los barcos, cruzaban la ría en su dirección, se dirigieron a la aldea de Bergonzo, que estaba en medio de un pequeño pinar a menos de un kilómetro de la costa.

Mientras todos se preparaban para lo que iba a acontecer, Sinda observaba como Antonio preparaba una gran hoguera, dónde colocó unos punzones de hierro. He interesada le preguntó.

– ¿Que haces?.

– Preparo uns tizons, pra que os nosos amigos non pasen frío.

– Que raro eres.

– Si señora, ese son eu.

Yo estaba entretenido dándole a las gallinas, que curiosas se acercaban, algo del maíz que Maiña desgranaba, recibiendo a veces la mirada acusadora de la abuela con un “Manolo” acusador, pero cargado de amor, cuando me di cuenta del por qué a mi abuelo le llamaban “El Tizón”, entonces mi abuela interrumpió el relato.

– Mañán seguimos, Manolo…. Que me deixas sin millo.

– Maiña, sígueme contando…..¿Que pasou cos tizóns?.

– Non enrredes Manolo, axudame co Tomillo e xa veremos…

Maiña estaba recogiendo una de las hierbas que más utilizaba en sus preparaciones y una que yo todavía utilizo a diario, sobre todo en infusión como enjuague bucal.

Arrodillada sobre los matojos de Tomillo, iba recogiendo las ramitas que a ella le parecían mejores o al menos las que tenían mejor color, mientras yo me desesperaba, porque no daba comenzado con la historia y ella a sabiendas mantenía esa media sonrisa, que yo tan bien conocía.

– Antonio era o ferreiro da comarca do Barbanza o mesmo que o pai e o avó……

Y por fin la abuela siguió contándome como los bárbaros asaltaron la aldea donde vivía Antonio con sus padres y su hermana Isaura, como abusaron de las mujeres y como encerraron a todo el pueblo en el pajar y le prendieron fuego.

Antonio había ido a herrar un caballo a una aldea vecina y eso le salvó, pero a su regreso solo encontró cadáveres calcinados y desde entonces vagaba por la comarca buscando venganza…..Venganza que no le calmaba, solo le daba más necesidad de venganza, hasta que se encontró con los lobos de Sinda.

Mientras los punzones de hierro se ponían candentes, Antonio contó su historia a Sinda, con aparente serenidad, pero algo en su interior, pugnaba por salir… No, no era el momento, ahora solo la venganza tenía sentido, cuando todo terminara, quizás podría llorar la perdida y tal vez, solo tal vez…Comenzar una nueva vida.

El sonido del cuerno de Caesar desde los barcos, les indicó que era el momento, que Caesar y sus hombres atacarían la aldea desde la playa y que ellos lo harían desde la posición contraria. Iniciando el ataque desde el pinar en el que se encontraban.

Mientras tanto los bárbaros, habían atado a los vecinos de la aldea a la empalizada que rodeaba la misma como defensa y esperaban el ataque profiriendo estruendosos alaridos, al mismo tiempo que les llegaban refuerzos de los huidos de Catoira, que estaban siendo derrotados por el Conde Gonzalo Sánchez.

El sonido atronador de los combates en la entrada del pueblo, por parte de los hombres de Caesar, fue la señal, para que Sinda y su gente salieran del Bosque corriendo hacia la empalizada. Los vecinos del pueblo atados a ella, sirvieron de escala a los atacantes que sin apenas bajas, se colaron en el interior del pueblo. Mientras Sinda se encaramaba a una torre de madera, desde la que su puntería con las flechas estaba siendo letal.

Desde ese lugar, Sinda pudo observar como Antonio envuelto en una luz sobrenatural, se abría paso clavando los tizones ardiendo a cada bárbaro que se encontraba y ella sin siquiera pensarlo, se ocupaba desde la altura de que cualquiera que se le acercase, recibiese la helada punta de una flecha.

los lobos manteniendo una extraña conexión con Sinda, causaban estragos entre las tropas bárbaras, siempre cerca de Antonio, como si lo estuviesen protegiendo.

Caesar estaba teniendo problemas al verse rodeado y Antonio apareció con sus tizones por detrás liberándolo de varios, con ayuda de los lobos y de Sinda, desde la torre.

– Gracias Antonio.

– Foi un pracer señor Cesar.

Mientras la negra tormenta se acercaba con sonidos atronadores, a lo lejos se escuchaban las gaitas y tambores del conde Gonzalo Sánchez, en persecución de los derrotados asaltantes de Catoira, que en tromba llegaban a la aldea de Bergonzo, esperando refugio, sin saber que estaban entrando en una trampa sin salida.

La tormenta comenzó a descargar su furia, el terreno a embarrarse, mezclándose el color rojo de la sangre con el marrón de la tierra, limpiando en parte la barbarie y despertando la conciencia de los bárbaros, que comenzaron a tirar sus armas al suelo en señal de rendición.

Las tropas de Sinda y las de su padre Caesar, por fin se pudieron reunir para apresar a los rendidos, liberar a los prisioneros atados a las vallas Y darse ese abrazo liberador.

Las tropas del conde con él mismo al frente, entraban en ese momento en la aldea y tanto los aldeanos como los hombres de Caesar, se arrodillaron a su paso en señal de sumisión. Entonces entre las tropas del conde se abrió un pasillo por el que se adelantaba un anciano fraile, con paso lento y señorial.

– Vostedes amigos non deben postrarse, son eu, o dean de Santiago de Compostela quen o fará para agradecerlles por sempre a sua loita, y al decir esto se arrodillo ante los defensores de Bergonzo.

Tras atender a los heridos y enterrar a los muertos, se celebró en Catoira una gran fiesta a la que los hombres y mujeres de Caesar asistieron invitados por el conde, en ella se le concedieron tierras y documentación en agradecimiento a la ayuda prestada.

Tras consensuar con sus gentes, decidieron hacer suya aquella tierra verde y húmeda, cargada de vienes y liberada al fin de las tropas invasoras, instalándose en un valle de la comarca del Barbanza, bañado por un gran río, que casualmente tenía como vecino a Antonio,… el herrero.

Éste río tenía un pequeño remanso, dónde Sinda disfrutaba de baños privados, a sabiendas de que a ninguno se le ocurriría molestarla, por eso aquella mañana se sorprendió, al ver como en la orilla mirando descaradamente estaba Antonio y más cuando se desnudó y con una sonrisa en los labios, se metió en el agua, con el beneplácito de los lobos, que apenas le dirigieron una mirada……

– E de ahí saliu Rudosinda, dijo Maiña, interrumpiendo el relato.

– Pero Maiña, non me contou nada de Rudosinda.

– Manoliño, Manoliño….. Esa e outra historia.

FIN

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